Su mirada se mantiene estática, hacia el infinito. Sus ojos grisáceos, casi
transparentes, parecen iluminados entre toda esa oscuridad. Entre sus dedos
(pulgar e índice) se pasea un cigarro, primero hacia delante, luego hacia atrás,
sucesivamente y a la inversa. Su cuerpo permanece inmóvil, sentada sobre su cama con las
piernas cruzadas, pero su cabeza se mantiene a mil revoluciones. Casi no
respira, su pecho se mueve vagamente. Sus manos y pies están fríos.
De repente desvía la mirada, como siendo sorprendida por la presencia de alguien. Sus pulsaciones aumentan a un ritmo natural. Prende el cigarrillo, mientras su rostro queda iluminado por la llama, no más de dos segundos, adquiriendo una tonalidad amarillenta.
De repente desvía la mirada, como siendo sorprendida por la presencia de alguien. Sus pulsaciones aumentan a un ritmo natural. Prende el cigarrillo, mientras su rostro queda iluminado por la llama, no más de dos segundos, adquiriendo una tonalidad amarillenta.
Se pone de pie y se dirige a la ventana. Una ventana blanca, no muy grande,
desde donde observa la avenida. Escucha el ruido de los autos, de una moto, de
gente hablando, de la televisión en el otro dormitorio. Alguien se asoma al
balcón en el edificio de enfrente, alguien prende una luz, alguien cierra una
persiana. Tantas vida en simultáneo, tantos destinos diferentes. Todos tan
distintos y todos con algo en común. Como en esa tarde, donde un día frustrado
pasó a ser uno de los mejores. El y su remera negra. Por más que quisiera no
podía quitarle los ojos de encima, pero tampoco se animaba a cruzar una
palabra. Esperar es un verbo que podría ser el título de su vida. Lo hizo. Lo
sigue haciendo. Tal vez también lo seguirá haciendo por un tiempo más. Los
puntos suspensivos ya la están fastidiando. Es injusto, piensa. Daría lo que
sea por una segunda oportunidad, por cambiar el rumbo de esa tarde, por
confesarle lo que sentirá tiempo después, aunque en ese momento no lo sepa. Y
el reloj marca las 2am. Aplasta el cigarro contra el marco de la ventana, lo
gira hacia la derecha e izquierda sobre su eje, y lo arroja hacia la calle con
un movimiento seco. Se desviste para ponerse (casualmente) una remera negra, su
pseudo pijama. Se acuesta mirando las estrellas, su propio cielo artificial,
esas que se pegan en el techo. Toca el huequito ubicado entre la nariz y la
boca, sobre el labio, y se pregunta si tiene nombre. Suspira. Es otra noche para seguir
soñando.
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